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Sólo por hoy

Sólo por esta mañana, voy a sonreír cuando vea tu rostro
y a reír cuando tenga ganas de llorar.
Sólo por esta mañana, voy a dejarte escoger la ropa que te vas a poner,
voy a sonreír y a decirte que te queda perfecta.
Sólo por hoy, pediré un día de descanso, o vacaciones,
para llevarte al parque a jugar.
Sólo por hoy, al mediodía, voy a dejar los platos en la cocina
y voy a dejarte que me enseñes cómo armar ese rompecabezas juntos.
Sólo por hoy, esta tarde, voy a desconectar el teléfono y a apagar el ordenador,
para sentarme junto a ti en el jardín para hacer pompas de jabón.
Sólo por esta tarde, no voy a regañarte ni siquiera a murmurar,
cuando tu grites y llores cuando pasemos por la tienda de chuches
y voy a entrar contigo a comprarte una.
Sólo por esta tarde, no voy a preocuparme sobre qué va a ser de ti cuando crezcas
y voy a pensar otra vez en todas las decisiones que haya hecho acerca de ti.
Sólo por esta tarde, te dejaré que me ayudes a hornear unas galletas
y no voy a estar detrás de ti tratando de arreglarlas.
Sólo por esta tarde, te estrecharé en mis brazos
y te contaré una historia acerca de cuando tu naciste
y sobre lo mucho que te quiero.
Sólo por esta noche, te dejaré salpicar en la bañera
y no me voy a enfadar.
Sólo por esta noche, te dejaré despierto hasta tarde,
mientras nos sentamos en el balcón a contar las estrellas.
Sólo por esta noche, estaré junto a ti por horas
y extrañaré mis programas favoritos de TV.
Sólo por esta noche, cuando pase mis dedos entre tu cabello mientras duermes,
simplemente daré gracias por el mayor regalo que he recibido.
Y cuando te dé un beso de buenas noches te voy a estrechar un poco más fuerte, un poco más tiempo.
Creo que a veces las mamás y papás estamos demasiado absorbidos en nuestras rutinas diarias
que olvidamos el hermoso regalo que los niños SON REALMENTE.

No podemos saber si habrá un día más...



28 de agosto de 2011

Yeh Shen, la Cenicienta china

Hoy, navegando por internet, he encontrado esta versión china de la Cenicienta y quería compartirla con todos vosotros. Es una versión que procede de la dinastía T´ang(618-927 a.C) una época en la que un hombre podía estar casado con varias mujeres a la vez. Yeh - Shen (Ai Ling Louie - Cuento de China)
En el lejano pasado, aun antes de las dinastías Qin y Han, en las cavernas del sur de China, había un pueblo cuyo jefe se llamaba Wu. Como era costumbre en esos días, el jefe Wu había tomado como esposas a dos mujeres. Cada esposa había dado a Wu una pequeña hija. Pero una de las esposas enfermó y murió, y pocos días más tarde, el jefe Wu cayó a la cama y también murió.
Yeh- Shen, la pequeña huérfana, pasó su niñez en la casa de su madrastra. Era una hermosa y encantadora niña, cuya piel era tan suave como el marfil y sus ojos eran como dos lagunas oscuras. Su madrastra estaba celosa de toda esta belleza y bondad, puesto que su propia hija no era nada de bella. Así, en su disgusto, le dio a Yeh-Shen las labores más pesadas y desagradables.
El único amigo que tenía Yeh-Shen era un pez que había capturado para criarlo. Era un her¬moso pez con ojos dorados, y cada día salía del agua, y posaba su cabeza en la orilla de la fuente, esperando que Yeh- Shen lo alimentara. La madrastra de Yeh-Shen no le daba mucha comida, pero la huérfana siempre encontraba algo para compartir con su pez, el que fue creciendo hasta alcanzar dimensiones enormes.
De alguna forma la madrastra se enteró de esto. Se enojó mucho al descubrir que Yeh-Shen guardaba un secreto.
Bajó corriendo hasta la fuente, pero no pudo descubrir al pez, pues la mascota de Yeh-Shen, sabiamente, se había escondido. La madrastra, sin embargo, era una mujer hábil, y pronto ideó un plan. Caminó hasta la casa y gritó: - Yeh-Shen, ve y trae un poco de leña. Pero espera. Los vecinos te pueden ver. Deja tu asqueroso abrigo aquí. Cuando la niña se alejó de su vista, su madrastra se puso el abrigo y regresó a la fuente. En ese momento el gran pez vio el abrigo de Yeh-Shen que le era familiar, y se acercó a la orilla esperando ser alimentado. Pero la madrastra, que había escondido una daga en la manga, acuchilló al pez, lo envolvió en su ropa y se lo llevó a casa para cocinarlo en la noche. Cuando Yeh-Shen llegó a la fuente esa tarde encontró que su amigo había desaparecido. Abrumada por el dolor, la niña dejó caer sus lágrimas en las quietas aguas de la fuente.
- Ay, pobre niña -dijo una voz. Yeh-Shen se levantó y encontró a un anciano que la observaba. Él tenía las vestimentas másraídas que uno pueda imaginar y su cabello caía sobre sus hombros. - Querido tío, ¿quién eres? -preguntó Yeh-Shen. - Eso no tiene importancia, hija mía. Todo lo que debes saber es que he sido enviado para contarte acerca de los maravillosos poderes que tiene tu pez. - Mi pez, pero, señor... -Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas y no pudo continuar. El anciano suspiró y dijo: - Sí, mi niña, tu pez ya no vive, y debo decirte que tu madrastra es una vez más la razón de tu pena. Yeh-Shen se horrorizó, pero el viejo continuó: - No nos lamentemos de cosas pasadas -dijo-, porque te he traído un regalo. Ahora debes escuchar con atención esto: las espinas de tu pescado están llenas de un espíritu poderoso. Cuando estés en serios apuros, debes arrodillarte ante ellas y hacerles saber los deseos de tu corazón. Perono derroches sus dones. Yeh-Shen quería hacerle muchas otras preguntas al sabio, pero él se elevó al cielo antes de que ella pudiera pronunciar una palabra. Con el corazón muy acongojado, Yeh-Shen se encaminó hacia el montón de estiércol para reunir los restos de su amigo. El tiempo pasó y Yeh-Shen, que permanecía mucho sola, encontró consuelo al hablarle a las espinas de su pescado. Cuando estaba con hambre, lo que ocurría con frecuencia, Yeh-Shen le pedía comida a las espinas. De esta manera, Yeh-Shen se las arreglaba para vivir día a día, pero estaba temerosa de que su madrastra fuera a descubrir su secreto y le quitara, incluso, eso. Así transcurrió el tiempo y llegó la primavera. El festival se acercaba. Era la época más atareada del año. ¡Había tanto que cocinar, limpiar y coser! Yeh-Shen difícilmente tenía un rato de descanso. En el festival de primavera los jóvenes y las niñas de la aldea esperaban encontrarse y elegir con quién se iban a casar. Cómo ansiaba Yeh-Shen ir también. Pero su madrastra tenía otros planes. Ella esperaba encontrar un esposo para su propia hija y no quería que ningún otro hombre viera a la hermosísima Yeh-Shen primero. Cuando finalmente llegaron las fiestas, la madrastra y su hija se vistieron con los trajes más elegantes y llenaron sus canastos con dulces.
- Debes quedarte en casa ahora, y velar por que nadie robe fruta de nuestros árboles -le dijo la madrastra a Yeh-Shen, partiendo, luego, al banquete con su propia hija. En cuanto estuvo sola, Yeh-Shen fue a hablar con las espinas de su pescado. - Ay, querido amigo -dijo, arrodillada ante las maravillosas espinas-. Deseo tanto ir al festival, pero no puedo mostrarme con estos andrajos. ¿Hay alguna parte donde yo pudiera conseguir ropa adecuada para ir a la fiesta? De inmediato se encontró vestida con un traje de azul intenso, con un manto de brillo metálico sobre sus hombros, hecho con plumas de martín pescador. Pero lo mejor de todo era que en sus pequeños pies calzaba las zapatillas más hermosas que jamás se hayan visto. Estaban hiladas con oro, siguiendo el diseño de las escamas de un pez, y las suelas brillantes estaban hechas de oro puro. Había magia en ese calzado porque debería haber sido bastante pesado; sin embargo, cuando Yeh-Shen caminaba, sus pies se sentían tan livianos como el aire. - Asegúrate de no perder uno de tus zapatos dorados -le dijo el espíritu de las espinas. Yeh- Shen prometió ser cuidadosa. Encantada con su transformación, se despidió calurosamente de las espinas de su pescado, a medida que se alejaba ligera para unirse al festejo. Ese día Yeh-Shen obligó a todos a darse vuelta cuando apareció en la fiesta. Toda la gente a su alrededor murmuraba: - ¡Miren esa hermosa muchacha!
¿Quién podrá ser? Pero por sobre el murmullo, se escuchó decir a la hermanastra: - Madre, ¿no te recuerda a nuestra Yeh-Shen? Al escuchar esto, Yeh-Shen se sobresaltó y huyó antes de que su hermanastra la pudiera observar más de cerca. Bajó por la montaña, y en esto perdió una de sus zapatillas de oro. No bien cayó el zapato, sus ropas se convirtieron nuevamente en harapos. Sólo una cosa quedó: la otra pequeña zapatilla dorada. Yeh-Shen corrió hasta las espinas de su pescado y le devolvió la zapatilla, prometiendo encontrar también la otra. Pero ahora las espinas permanecieron en silencio. Con pena, Yeh-Shen pudo comprobar que había perdido a su único amigo. Escondió la pequeña zapatilla en su viejo camastro y salió afuera a llorar. Apoyada en un árbol con frutas, sollozó y sollozó hasta que cayó dormida. La madrastra abandonó la celebración para ir a vigilar a Yeh-Shen, pero cuando regresó a casa, encontró a la niña profundamente dormida, con los brazos aferrados al árbol frutal. Entonces, sin pensar más, regresó a la fiesta. Mientras tanto, un aldeano había encontrado la zapatilla. Al reconocer su valor, la vendió a un mercader, quien la presentó, a su vez, al Rey de la isla de T'o Han. El Rey se puso más que contento al aceptar la zapatilla como un regalo. Estaba fascinado con el pequeño objeto, que estaba labrado con los metales más preciosos, y que no hacía ningún ruido cuando tocaba una piedra. Mientras más se admiraba de su belleza, más decidido estaba a encontrar a la mujer a quien le pertenecía el zapato. La búsqueda se inició entre las damas de su propio reino, pero todas las que se probaban la sandalia la encontraban terriblemente pequeña. Audazmente, el Rey ordenó que la búsqueda incluyera a las mujeres de las cuevas de los alrededores donde se había encontrado la sandalia. Como se dio cuenta de que iba a tomar muchos años el que cada mujer llegara hasta la isla que él gobernaba, y se probara la zapatilla, se le ocurrió una forma para hacer llegar a la mujer apropiada. Hizo colocar la sandalia en un pabellón a la orilla del camino, cerca de donde había sido encontrada, y el portavoz anunció que la iban a devolver a su verdadera dueña. Entonces, el Rey y sus hombres se escondieron en un lugar cercano, y esperaron para descubrir a la mujer de pies pequeños que iba a reclamar su sandalia. Todo ese día el pabellón estuvo repleto de mujeres provenientes de las cuevas, que habían venido a probarse el calzado. La madrastra de Yeh-Shen y su hermanastra se encontraban entre ellas, pero no así Yeh-Shen a quien habían dejado en casa.
Al término del día, aunque muchas mujeres habían intentado fervientemente ponerse la zapatilla, nadie lo había conseguido. Fatigado, el Rey continuó su vigilia durante la noche. No fue sino hasta lo más oscuro de la noche, mientras la luna estaba escondida detrás de una nube, que Yeh-Shen se atrevió a mostrar su cara en el pabellón; incluso, cruzó tímidamente el piso en puntillas. Cayendo sobre sus rodillas, la niña con harapos examinó el pequeño zapato. Sólo cuando estuvo segura de que era el compañero que le faltaba a su zapatilla dorada, se atrevió a tomarlo. Por fin, podía devolver ambos zapatitos a las espinas del pescado. Seguramente su adorado espíritu le iba a hablar de nuevo. Al ver a Yeh-Shen cogiendo la zapatilla, el primer pensamiento del Rey fue tomarla prisionera como si fuera una ladrona. Pero cuando ella se dio vuelta para emprender el regreso, él recibió una visión fugaz de su rostro.
Al instante, el Rey fue invadido por la dulce armonía de sus rasgos, que no concordaba, al parecer, con los harapos que vestía. La miró más de cerca y observó que ella caminaba sobre los pies más pequeños que había visto jamás. Con un gesto de su mano, el Rey indicó que esta andrajosa creatura estaba autorizada para llevarse la zapatilla dorada. Calmadamente, los hombres del Rey se escabulleron y la siguieron hasta su casa. Durante todo ese tiempo, Yeh-Shen no se había dado cuenta de todo el alboroto que había provocado. Había regresado a casa, y estaba por esconder las sandalias debajo de su camastro, cuando golpearon la puerta. Yeh-Shen fue a ver quién era, y se encontró con un Rey. Primero se asustó mucho, pero el monarca le habló de una manera amable y le pidió que se probara las zapatillas. La muchacha hizo lo que le pedía, y en cuanto se las calzó, sus andrajos se transformaron, una vez más, en el manto de plumas y el hermoso traje azul intenso. Su dulzura la hacía verse como una creatura celestial, el Rey supo de pronto en su corazón que había encontrado a su amor verdadero. No mucho después de esto, Yeh-Shen contrajo matrimonio con el Rey. Pero el destino no fue tan generoso con su madrastra y su hermanastra. Como habían sido poco amables con su amada, el Rey no iba a permitir que Yeh-Shen las trajera a palacio. Ellas permanecieron en su vivienda en la cueva, donde un día, así dicen, murieron destrozadas por una lluvia de piedras.

5 comentarios:

  1. Me encanto, me he permitido mandarselo a una amiga muy querida, el cuento es fascinante.
    Besos.Gracias por publicar uan cosa tan hermosa.

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  2. Sí que lo es Trini... En breve publicaré otros que también me han llamado mucho la atención.
    Un beso a ti y gracias

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  3. PRECIOSO HACIA TIEMPO K NO LEIA UN CUENTO .Y EN ESTA VERSION ME A FASCINADO .UN BESO

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  4. preciosoooooooooooooooo, me gusta tanto como el de los amantes mariposa y las ilustraciones una pasada!!!!!!

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  5. ¡Gracias chicas por vuestros comentarios! es un cuento precioso y las ilustraciones pues buscando y buscando ahí estan.
    Besos

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